19.9.13

Una muchacha muy bella

Cuando la conocimos la reconocimos. Inés es alta y no se parece a nadie, pero fue verla y tener esa percepción imprecisa que hace pensar en que uno ya conoció a la gente que acaba de conocer, que uno escuchó esa voz que cuenta esas historias detrás de las palabras. Así fue también cuando leímos su Piedra, papel o tijera y reconocimos una pluma entrañable en un libro en el que resalta, entre otras cosas, la honestidad. ¿Y qué es la ‘honestidad’ en un libro, o qué quiere decir que uno descubra honestidad en una escritura? ¿No es esa percepción tan vaga como la de reconocer a alguien que uno no conoce? Puede ser, pero diosa nos cría y el viento nos amontona, por suerte. Porque de actitudes está sembrado el camino al infierno de las letras, de sabihondeces, de acusaciones, de delaciones veladas. Una escritura honesta puede ser una escritura que ponga a la belleza en dirección contraria al ornamento, una escritura que sale de todo el cuerpo y no de la punta de los dedos que señalan. Una escritura que cuenta la tragedia de una comunidad dirimida en el organismo propio, en la historia propia, en el aprendizaje propio de un mundo tan extraordinariamente vasto y ajeno que necesita y merece ser contado. Y gracias a ese azar, a ese perfume inagotable, es que el mundo es mundo con y a pesar de nosotros.

Que se encienda el fogón de la Carne feliz: el jueves 26 viene Inés Garland a contarnos el mundo y a celebrar nuestra Colección Primavera. ¡Qué chochera! Nos celebramos y nos cantamos a nosotros mismos, como el viejo Walt, a orillas de Hudson. Vengan a nostrxs, adoradas vaquillonas cósmicas, que el mundo es nuestro, mucho, muchísimo más que el futuro, por prepotencia de familiaridad no sanguínea, y de azar, y encanto.

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