Cuando la conocimos la
reconocimos. Inés es alta y no se parece a nadie, pero fue verla y tener esa
percepción imprecisa que hace pensar en que uno ya conoció a la gente que acaba
de conocer, que uno escuchó esa voz que cuenta esas historias detrás de las
palabras. Así fue también cuando leímos su Piedra, papel o tijera y reconocimos
una pluma entrañable en un libro en el que resalta, entre otras cosas, la
honestidad. ¿Y qué es la ‘honestidad’ en un libro, o qué quiere decir que uno
descubra honestidad en una escritura? ¿No es esa percepción tan vaga como la de
reconocer a alguien que uno no conoce? Puede ser, pero diosa nos cría y el
viento nos amontona, por suerte. Porque de actitudes está sembrado el camino al
infierno de las letras, de sabihondeces, de acusaciones, de delaciones veladas.
Una escritura honesta puede ser una escritura que ponga a la belleza en
dirección contraria al ornamento, una escritura que sale de todo el cuerpo y no
de la punta de los dedos que señalan. Una escritura que cuenta la tragedia de
una comunidad dirimida en el organismo propio, en la historia propia, en el
aprendizaje propio de un mundo tan extraordinariamente vasto y ajeno que
necesita y merece ser contado. Y gracias a ese azar, a ese perfume inagotable,
es que el mundo es mundo con y a pesar de nosotros.
Que se encienda el fogón de la Carne feliz: el jueves 26
viene Inés Garland a contarnos el mundo y a celebrar nuestra Colección
Primavera. ¡Qué chochera! Nos celebramos y nos cantamos a nosotros mismos,
como el viejo Walt, a orillas de Hudson. Vengan a nostrxs, adoradas vaquillonas
cósmicas, que el mundo es nuestro, mucho, muchísimo más que el futuro, por
prepotencia de familiaridad no sanguínea, y de azar, y encanto.
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